Santiago Bueras y Avaria

EL LEGENDARIO HEROE DE MAIPU
(Narración transcrita desde el suplemento del Periódico Maipú, editado con motivo del 5 de Abril de 1979).
El grito clamoroso del 18 de septiembre de 1810 penetró muy hondo en el alma de los patriotas y su eco retumbó de mar a cordillera.
Hasta en el hogar de Don Francisco de Bueras y de doña Josefa de Avaria, en las tranquilas tierras de Aconcagua, se había escuchado el clarín que anunciaba un nuevo porvenir para las naciones del nuevo mundo. Si éste no inquietaba mayormente a don Francisco, no ocurría lo mismo en su hijo Santiago que, desde pequeño, había sentido en el fondo de su alma el anhelo de libertad que ahora se presentaba como una esperanza. Como un rayo, cuyo resplandor abarcaba todo su ser y que no podían calmar ni los ríos de su valle. Contaba sólo con 24 años, nacido el 7 de mayo de 1786 y bautizado al día siguiente en la iglesia catedral.

Inflamado su corazón de patriotismo y con su juventud a cuestas, reclutó en sus tierras criollas el mayor número de hombres que, como él, estaban prestos a entregar su existencia en busca de la ansiada emancipación que, como un torrente, acicateaba su alma visionaria.
Bueras llegará muy lejos, Chile es para el un sueño por realizar.
Recorre los campos de Los Andes, Putaendo, Longotoma, Limarí, San Felipe y Quillota, y en todas partes encuentra guerrilleros dispuestos a confirmar el juramento del 18 de septiembre.
O’Higgins no puede menos de encomiarlo en Quirihue. El 31 de enero de 1814, “teniendo el gobierno en consideración que luego que se supo el desembarco de la expedición de los piratas que invadían el estado el oficial don Santiago Bueras, desamparando sus negocios y residencia de Aconcagua pasó al gobernador a ofrecerse voluntariamente a defender la patria, que en la memorable acción de Yerbas Buenas se portó con un arrojo y valor digno de elogio, por lo que del mismo modo se distinguió en el ataque de Cauquenes y finalmente que en la guerrilla de Doñihue, que abrió la presente campaña, manifestó su honor y valentía, siendo éste el primer ensayo de las armas de la División auxiliar, ha venido a conferirle por premio de todas estas actividades el grado de teniente coronel”.
Afirman los historiadores, que en 1810 Bueras se enroló como subteniente en el cuerpo de infantería denominado Granaderos de Chile. Su actuación en Yerbas Buenas mereció mención especial del libertador O’Higgins: “probó su valor temerario”. Don José Miguel Carrera alabó su arrojo: “avanzaron, decía, los Granaderos mandados por Bueras y llevaron la muerte por la parte que querían”.
Estos y muchos más eran los antecedentes que se habían tomado en cuenta para su ascenso. El “Huaso Bueras” dará ejemplo de patriotismo. El llegar a ser el terror del enemigo pesó mucho en el gobierno, que vio en el joven oficial la esperanza de la patria nueva, que se veía venir como un amanecer sin nubes.
Bueras ve morir la patria vieja y cuando la inmortal Rancagua arde por sus cuatro costados va camino al exilio. San Martín, al acogerlo en Mendoza, le encomienda una labor arriesgada y amarga: levantar guerrillas en Aconcagua. Acepta, pero es descubierto y encarcelado a bordo de la fragata Victoria, en Valparaíso. Vuelto a la libertad, su amor a la tierra que le vio nacer lo impulsa a ponerse al frente de los buenos chilenos que desean ver brillar definitivamente el sol de la patria nueva.
En oficio dirigido por Don Bernardo O’Higgins al general en jefe de los ejércitos de los Andes y de Chile, manifiesta lo siguiente:
“Para restablecer el batallón Infantes de la Patria y dar principio a su organización me ha parecido conveniente proponer para su comandante al teniente coronel Don Santiago Bueras, sujeto en quien se reúnen las cualidades necesarias que le harán capaz de desempeñar este cargo”. Esta fechado en Concepción a 11 de agosto de 1817.
Una enorme cantidad de curiosos se ha dado cita en la Alameda de la capital, el día es caluroso y el cielo se muestra sin nubes, pese a que el invierno se ha presentado crudo. Formado en cuadro, un grupo de hombres escucha a su jefe que con voz firme y segura pregunta ¿Estáis dispuestos a salir a campaña cuando llegue el caso y así lo disponga la suprema autoridad del Estado y ponerse al frente del enemigo y batirse cuando fuere preciso?
Un si clamoroso se escuchó potente y pareció perderse entre los viejos árboles de la alameda.
“Era la voluntad de todos que fuese aquel cuerpo de línea y que desde luego se disponían a hacer el mismo servicio que en cuerpo veterano y que su intención era sacrificarse por su patria hasta exhalar el último suspiro en defensa de ella”.
Los vivas a la patria se sucedían mientras capitanes, tenientes y subtenientes ,sargentos, cabos y soldados de cada compañía y su comandante y ayudante firmaban el acta. Era el 28 de agosto de 1817.
El 30 de septiembre de 1817 se reconocía como comandante interino del Batallón Infantes de la Patria al Teniente Coronel Graduado, don Santiago Bueras y Avaria. El gran O’Higgins, en carta dirigida a San Martín, le hace ver que “van los despachos de Bueras aunque de un genio algo variable, es un buen patriota”.
Bueras dedica todo su tiempo, entusiasmo y fe a aquellos hombres valientes y generosos que están a su cargo y que darán muchas glorias a la nación, pero él ofrecerá ejemplos de heroísmo. Abramos las páginas de la historia y leamos textualmente a don Diego Barros Arana. Se refiere a la Sorpresa de Cancha Rayada: “el general O’Higgins, cuyo caballo había muerto de un balazo en las primeras descargas del combate, acaba de montar otro que le presentaba uno de sus ayudantes, cuando recibió una herida de bala que le fracturó el brazo derecho”.
“Hubo un instante en que, empeñado todavía en medio de la confusión de contener a los dispersos para hacerlos volver a la pelea, se halló rodeado de enemigos y se creyó que había caído prisionero, pero socorrido por el comandante Bueras y por el mayor Viel, fue arrancado del sitio del desastre y llevado en medio de los pelotones de soldados al sitio que ocupaba el cuartel general”
Este hecho sólo compromete nuestra eterna gratitud con el noble hijo de Aconcagua.
La Batalla de Maipú lo sorprende en esas circunstancias, donde su arrojo eleva al máximo el valor de nuestros soldados. El comandante Bueras está al frente de sus bravos granaderos. Larga y negra cabellera, una barba negra y espesa le confieren a su ceño un aspecto que infunde temor. De su cinto penden dos enormes sables que él sabe manejar con maestría sin igual.
Cuenta la tradición que, entre los muchos encuentros con la caballería enemiga, en uno de ellos se le quebró el sable, por lo que uso en adelante dos de esas armas que en sus manos eran signos de muerte. No deseaba tener ninguna mano ociosa.
El cinco de abril dice Mitre: “San Martín ordena a los Cazadores Montados de Los Andes y a los Lanceros de Chile que arrollen la caballería de la derecha enemiga, Bueras y Freire cumplen bizarramente la orden: llevan una irresistible carga a los Lanceros del Rey y los Dragones de Concepción, que salen a su encuentro, les hacen pedazos y los persiguen largo trecho en desbande hasta dispersarlos completamente. El valiente Bueras muere en la carga atravesado de un balazo”.
Freire toma el mando de todos los escuadrones, son las dos y media de la tarde. Junto a una colina agreste, donde sólo los espinos adornan el paisaje y una pequeña acequia riega los suelos de cultivos, la sangre del ilustre comandante empapa la tierra arcillosa cimentando con ella la libertad de Chile. Allí estaba el héroe sin par, que firmó con su sangre la emancipación de su patria, a la que había servido y amado sobre todas las cosas. Contaba solo con 32 años, los más hermosos de la vida, donde el hombre comienza a palpar las realidades, donde había dado todo. Sola quedaba doña Dolores de Araya y Cortés que, en Curimón, en Santa Rosa de los Andes, le entregara su amor y su esperanza.
La Gazeta Ministerial Nº 38, del sábado 2 de mayo de 1818, informaba: “El comandante Bueras murió en los campos de Maipú con aquella gloria que siempre adquirió su buen comportamiento, su patriotismo y su valor imperturbable.
Cuando gozamos del fruto de la victoria, concedamos algunas lágrimas de ternura al mérito de nuestros héroes, lloremos su pérdida todos los chilenos, en Chile no quedará en el olvido ni en la miseria la viuda del héroe, ni se podrá llamar huérfanos a los que perdieron un padre en el campo del honor”.
En las noches de luna, cuando el viento se escurre entre los espinos del Maipú moderno, parece proyectarse en el paisaje desierto la figura del comandante Bueras, sable en mano, siempre solo, como atisbando al enemigo, vigilando los caminos del país al que ayudó a ser libre y esperando, tal vez, a los soldados que cada año se acercan hasta la colina y con sus aires marciales excitan la sangre que derramó noble y generosamente por dar a Chile su independencia.
No hemos hecho justicia, no llegan hasta allí los miles de escolares del pueblo heroico que acaso musitan su nombre sin saber quién fue, hay olvido y debe superarse. Maipú más que nadie está obligado.
Se habrá hecho justicia cuando los polvorientos caminos hacia la colina donde cayó Bueras, camino de la emancipación y del heroísmo, atestados también de civiles agiten en su recuerdo la bandera de la estrella solitaria, signo de amor y libertad